Por Adriana Santagati
Su compatriota Ferran Adrià creó la cocina molecular. Y él una que no tendrá tanto prestigio, pero que cada vez cosecha más adeptos: la cocina impostora. De a poco y “viralmente” gracias a Internet, las recetas de Falsarius se imitan sobre las hornallas de la gente común, los empleados que llegan a casa cansados y no quieren pedir una pizza, o las madres que intentan mantener el sabor de lo casero sin perder practicidad.
Este “anti-chef” ya tiene editados cuatro libros en España y ahora se está haciendo conocido fuera de su país gracias a la Web: por mes su blog recibe 200.000 visitas y tiene 23.000 fans en Facebook. Bastante para un tipo que anda por la vida con nariz postiza y anteojos de plástico . “Yo creo que dicen ‘mirá a ese anormal, vamos a darle una mano’ y por eso me siguen”, explica con humor Falsarius a Clarín vía e-mail. La misma ironía que maneja en sus videos, que se pueden ver por YouTube, o en los nombres de sus recetas: por ejemplo, un pancho se llama “político corrupto (tiene un exterior muy vistoso que esconde a un pedazo de cerdo)”.
Dicen por ahí –en Internet– que trabajó con Adriá. El no confirma ni desmiente: “Soy un cocinero que en algún momento se pasó al lado oscuro”.
La clave de su cocina está en las latas.
Nada de deconstrucción ni espumas: Falsarius recurre a lo que la industria ofrece para reducir tiempo y ganar practicidad: congelados, premezclas y otros recursos similares.
“La cocina de mercado, con productos sofisticados y técnicas avanzadas, está muy bien, pero muy lejos de la gente de la calle. Yo práctico ‘cocina de supermercado’, que se puede hacer con cuatro cosas y sin tener ni idea de cocinar.
Una cocina al alcance de cualquier bolsillo ”, postula el cocinero.
Falsarius defiende las conservas: “Las latas tienen muy mala fama porque la gente piensa que están llenas de conservantes, pero en buena parte de los casos es mentira. Una lata de atún, por ejemplo, solo lleva aceite, sal y atún. Muchos de los que critican las latas luego se vuelven locos por el caviar, otro producto de lata, pero carísimo ”.
Del mismo modo, Falsarius apunta a los que transmitieron que la idea de que cocinar es complicado y que hay que ser “una especie de químico para hacer una salsa”. “Veía en televisión a esos cocineros famosos rodeados del humo de su nitrógeno líquido, con un montón de aprendices y en unas cocinas que parecían la NASA y pensaba ‘en mi vida voy a ser capaz de hacer algo como eso.
Mejor me voy a comer de mi madre’ ”, reflexiona.
Y él, como el Auguste Gusteau de la película “Ratatouille”, quiso difundir que “cualquiera puede cocinar”. “Internet es escenario de una revolución gastronómica. Antes cuando uno quería conocer una receta, llamaba a su abuela. Ahora lo busca en Google”. Después, a sacar lo que haya en la heladera y usar la imaginación: “ Es psicológicamente reconfortante.
Si pides una pizza, te quedás pensando en que eres un gordo en potencia y un vago. En cambio, cuando preparas algo, por sencillo que sea, te sientes orgulloso y tu autoestima sube por las nubes. Nuestro lema podría ser ‘menos Prozac y más huevos fritos’”, concluye el chef farsante.

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